Vivir así nunca ha
sido sencillo. Tanto menos cuando las siluetas que amenazan la ventana te
aterran a diario, sin descanso. Este tipo de hogares son necesarios cuando los
humanos pierden la sensibilidad en el corazón, porque nos dan una oportunidad
de comer y protegernos de las inclemencias de la naturaleza aunque no nos exima
de las inclemencias de la naturaleza humana. Después de todo uno se acostumbra
hasta a los abusos, pero a esa sensación de hambre, nunca le llega el momento
de calma y la desesperación no se compara con ningún tipo de dolor que pudieran
provocar los grandes del orfanato. Lo que voy a contarles fue algo que incluso
para los estándares de esta institución donde seguido nos visitan los
psiquiatras, trascendió toda discreción y todo precedente. Le ocurrió a una
amiga, una niñita de unos 11 años y cuya habitación quedaba en el pasillo
contiguo a donde yo dormía. Era una chica toda desaliñada, muy delgada y
bastante paliducha. Siempre me pareció horrible su rostro a pesar de tener las
facciones finas, porque estaban todas deformadas por unas marcas profundas de
dolor y por unos ojos hundidos y siempre sombreados en morado. Hasta donde
supe, nunca la golpearon pero siempre se quejaba de que no podía dormir e
inventaba un montón de historias fantasiosas sobre lo que pasaba en su cuarto
por las noches. Un montón de historias de monstruos y brujas que la amenazaban
y se divertían jugando con su frágil mente. Nadie jamás le creyó lo que juraba.
Sin embargo era
tranquila, hasta que ese día se le ocurrió a una doctora el darle una muñeca,
asegurándole que ese pedazo de tela sería capaz de defenderla mientras dormía,
mientras estaba sola de noche en su habitación. Yo sólo podía observar su
mirada incrédula y hasta condescendiente mientras la doctora habla con ella y
cuando eso terminó, pasó con paso lento al lado mio y murmuró: “No tiene ni
idea…Nada puede detenerlos”.
Ese día su vida
cambió. Tuve la oportunidad de charlar con ella varios años después, mientras
analizaba su caso y me contó lo siguiente:
-
Esa noche simplemente me dormí, con muchas sospechas de que esa muñeca
no tendría efecto alguno, pero me equivoqué porque la pesadilla fue incluso
peor. Todo comenzó de nuevo con los rostros que se formaban en el techo, esos
rostros humanos tan deformados que me contaban historias aterradoras de gente
que moría en las condiciones más deplorables y que esa noche cambiaron su discurso.
Me pedían con mucha insistencia que abriera la gaveta de mi buró para que
sacara un espejo, pero cuando lo hice el único reflejo que obtuve fue el de una
niña muy parecida a mi, sufriendo y gritando con una desesperación horrenda
mientras su cabello y su piel se consumían en un gas rojo, dejando su carne
expuesta y la peor expresión de dolor que he visto. Solté el espejo pero al
caer no se rompió sino que comenzó a quemarse y busqué desesperada, el vaso con
agua que siempre ponía en el buró pero en lugar de eso me encontré con una
figurita de cera que tenía forma de cruz. Era un crucifijo, estaba muy segura,
pero la luz y el miedo me impidieron verlo con detalle así que lo apreté a mi
pecho con todas mis fuerzas y empecé a rezar. Cuando me sentí más tranquila,
acerqué el crucifijo para besarlo, pero cuando tocó mis labios sentí un dolor
horrible, esa figura quemaba mis labios y prendí la luz de la lámpara para
mirarlo. Lo que vi fue de lo más extraño y feo que he visto en mi vida… en
lugar del cristo que tienen esas figuras… era yo… era una figurita igual a mi,
crucificada y con la corona de espinas, con la sangre y todos los detalles que
representan al cristo crucificado pero… era yo, yo estaba crucificada en mis
propias manos. Grité con espanto y solté esa cosa, traté de salir corriendo
pero la puerta no sea abría y justo en ese instante las caras del techo
comenzaron a reírse de mi. Después de unas carcajadas, una me dijo en tono
autoritario: - Ve, encuéntranos y serás libre… solamente encuéntranos y haz
silencio.
Cuando terminó de hablar la puerta se abrió por si sola y salí a los pasillos
gritando y golpeando las paredes pero nadie salió a verme, entonces abrí tu
cuarto pero me encontré con otro pasillo dentro de tu habitación. Sentí mucho
miedo porque estaba segura de que esa era tu habitación, pero algo maligno
había cambiado todo el lugar y nada sería como debería ser. No sabía que hacer,
debí regresar y cerrar esa puerta, pero me lancé al pasillo y abrí una puerta
al azar, la cual me llevó a otro pasillo igual al anterior. Cuando lo repetí 6
veces más me arrodille a llorar. Nunca me había sentido tan desconsolada y tan
perdida como en ese momento. Entre las lágrimas vi que una puerta estaba
pintada de rojo y resaltaba de las demás que tenían un gris de lo más apagado.
Cuando entré en ese lugar había una litera, y dos niños acostados, uno en cada
cama pero cuando me acerqué, vi que sus cabezas eran los mismos rostros que se
dibujaban en el techo. Los escuchaba reírse de mí y no podía pensar en otra
cosa que callarlos, que callar su estúpida cabeza amorfa. Primero los golpeé
con todas mis fuerzas pero no se callaban, así que salí del cuarto para buscar
un arma, y casi como si fuera un capricho mio, la puerta me llevó directamente
a la cocina donde busqué un cuchillo. Cuando encontré uno sobre la mesa, me
pareció bueno para hacer lo que me gritaba mi mente en ese instante… Minutos
después, caminaba sonriente con las cabezas cortadas en las manos, rumbo a mi
cuarto. Ya no emitían ningún sonido, pero seguían siendo igual de feas y
deformes que antes. Finalmente llegué a mi cuarto y observé que el techo estaba
liso, no había ya caras que se formaran ahí, así que dejé las cabezas a un lado
de la cama y dormí de la manera más deliciosa que jamás experimenté.
Ese fue el fin de su
relato. Después de eso, rompió a llorar. Según los reportes que tengo del
orfanato, la mañana siguiente a ese sueño, una de las encargadas entró a
despertar a la niña, pero la encontró con las cabezas de los niños que dormían
en el cuarto contiguo al mio en las manos, llorando, deshecha de miedo y de
confusión, no entendía lo que le había pasado pero sabía que era muy pero muy
grave. Jamás me enteré de lo sucedido hasta hoy, que, como su psiquiatra evalúo
su caso, simplemente supe que mi amiga se había ido junto con los dos chicos
que dormían en la habitación siguiente. Alguien me dijo que los habían raptado,
pero nunca imaginé que la realidad sería mucho más aterradora que ese cuento.
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