Detrás de esa puerta,
descansa el harpa.
La que tiene el
recuerdo de mis dedos guiados por la mano de mi madre. Hace un año deje de
arrancarle melodías. Esa maldita harpa que suena cada noche sin que exista
humano que la toque. Esa maldita harpa que enloqueció a mi padre. Sus notas
rompen el lúgubre silencio de nuestra casa como rompe el silencio de las frías
sepulturas el trino de las aves, pero las aves no pueden helar la sangre de los
muertos, y esa maldita harpa hiela el corazón de cada habitante de este lugar.
Esta noche estoy
decidido a descubrir si lo que pasa no es producto de mi perturbada imaginación
infantil y no temo encontrar a mi madre tocando plácidamente como hacía cuando
sus ojos se cerraron llenos de niebla y nunca se abrieron más. Mi madre hacía
la música más bella y ese día, hace un año, se interrumpió su vibración
mientras mi querida madre besaba el suelo con los ojos blancos.
Esa maldita harpa,
que cuando empieza a tocar me hace sentir que estoy de nuevo en su regazo, y
esos hilos se deslizan en mis dedos.
Me armo con un candil
que tiembla al ritmo de mi horror y la leve luz que despide danza en torno a
los retratos oscuros y empolvados de la familia. La manija gira, la puerta se
abre, mi respiración se corta y mi alma me abandona. La veo, pero no se mueve,
por el contrario luce más estática que nunca pero rápidamente descubro que la
luz rebota sobre unas gotitas brillantes que impregnan las cuerdas centrales y
me devuelve la imagen de pequeños rubíes intensamente rojos… carmesís. Al
acercarme me doy cuenta de que despiden un calor extraordinario parecieran
brotar de las propias cuerdas. Es sangre… sin duda lo es, la pregunta es ¿de
quién?
Esta maldita harpa
sigue tocando sin moverse a pesar de mi presencia. Intento callarla, la tiro al
suelo, pero no se calla, sigue tocando y lo hace más fuerte. Me recuerda a mi
madre y me duele. Nada de lo que hago la calla, la pateó sólo aumenta su
volumen, muevo sus cuerdas y sólo me lastiman. Las arranco y no consigo nada…
debo incendiarla.
La envuelvo en una
manta y la vela inicia el espectáculo. Miro arder el cuarto, las llamas se
mueven alegres como en baile de primavera pero no ocurre nada, la melodía continua
y ahora podría jurar que es la voz de mi madre la que escucho cantar. Mi padre
llega, no lo entiende. Me reprende y me golpea, no hace caso de la melodía que
ahora me cautiva y tranquiliza. Los gritos de él tienen un efecto inesperado,
la canción se acalla, la voz de ella se desvanece. Me golpea de nuevo y casi
dejo de escucharla. No, no puede hacer esto, es lo más bello que he escuchado y
no dejaré que se termine. Me amenaza con golpearme de nuevo.
Tomo una cuerda y
la enredo en su cuello. Tiro con fuerza hasta que deja de forcejear mientras la
melodía llena mis oídos y mi alma con sus notas angelicales. Mi padre yace, el
cuarto arde y mi corazón se regocija porque pronto los tres vamos a disfrutar
de esa Bendita harpa, como familia, como hace una año, como hace un año de
dolorosa agonía.
Cazador ε