domingo, 8 de julio de 2012

El Lago sin Nombre


Hola de nuevo, les dejo una de las creaciones más recientes de mi mente malviajada. Como se darán cuenta es algo muy abstracto pero creo que bastante disfrutable. Que tengan una gran semana:




El linde de un camino empedrado se pinta de color cian, sin razón aparente pues las piedras cambian de color abruptamente. La transición es irregular y mal definida, no parece obra de humanos porque ellos lo hubiesen dejado peor, tan irregular y loco como se pudiera esperar. Caminar por allí resulta en un gozo tremendo, pues la respiración se hace más ligera y menos enojosa, casi puedes olvidarte de inspirar en esta tierra que se separa de la realidad por una franja de colores que cambia con cada parpadeo. El color ocre es la única mancha extraña de ese entorno azuloso, pero esta mancha si parece obra de humanos porque es tan estúpidamente regular, tan meditada y simétrica que tiene que ser producto de la retorcida mente de un humano, quizás un arquitecto o un ingeniero. En realidad esa mancha traza un camino, una vereda que contrasta con la alegría pastelosa de su derredor por ser algo melancólica y tristona, sin embargo tiene una virtud y es que es el único color que te lleva a algún destino. Los demás colores que vimos figurar a lo largo del camino empedrado, danzaban en el horizonte sin tener un final específico o dibujando caprichosas evoluciones que los llevaban a su mismo punto de partida. Desde el verde estoico hasta el locuaz índigo, no son sino una perdida de tiempo porque el viaje de esos colores promete diversión pero no avance y lo que es peor... no aprendizaje.

Tomar la vereda ocre parece lo más sensato, después de todo yo también soy humano y como tal mi retorcida mente me llama a lo que es parejo, a lo que es normal, a lo que me da la sensación de tranquilidad. Cuando ese endemoniado color agoniza, se postra ante mis pies un lago de agua cristalina que tiene un margen de un metro a partir de donde al agua se convierte en tierra. Ese margen es asombroso por su perfección, incluso en las irregularidades más caprichosas se ve respetado. El color de todo lo que existe dentro de este margen es como lo encontrarías en la naturaleza y todos los colores tan vibrantes del mundo que rodea a este lago, que no tienen nombre, parecen tener miedo de romper su promesa de no acercarse a menos de un metro de sus aguas, como si el lago amenazara con tragar a cualquier color bribón que se atreviera a desafiarlo.

Violo la pasividad de ese margen y noto que mi cuerpo me vuelve a exigir el cansado trabajo de respirar, y que mi corazón no está muy de acuerdo con seguir trabajando, pero con unas palabras y un golpecito lo convenzo: “Anda muchacho ¿Eres corazón o cerebro para rendirte tan fácil?” a lo cual responde con un ligero soplo de resignación. Ese lago despide, sin embargo, un olor dulce y un letrero que se encuentra clavado en una islita a un par de metros de la orilla dice en el idioma que usan los invasores “Smells like love”   pero no me siento capaz de discernir entre el aroma de ese lago y el de una tostada de mantequilla con un poco de mermelada, sólo sé que huele muy dulce. Tras embriagarme un instante, observo un gigantesco árbol unos cuantos metros más al norte de mi ubicación, aunque ahora que lo pienso, definir donde está el norte era una labor poco menos que imposible porque había más de un sol en ese lugar. El tronco medía exactamente un metro de diámetro por lo que abarcaba desde el beso del agua hasta el manto de colores del exterior pero su copa era impresionante pues tendría unos 7 metros de radio y todas las hojas que cruzaban la pared de colores se pintaban maravillosamente con los colores más caprichosos que haya visto, mientras que su lado cercano a aquel lago sin nombre expresaba un impávido color verde.

Era imposible cruzar sin tocar el agua o regresar al manto abstracto, por lo que me decidí a simplemente contemplar lo que pasaba en el lago pero… no pasaba nada. Reflexionaba sobre como me había metido en ese embrollo, en ese país desconocido y en como volver a casa cuando el resoplido de una nariz me devolvió al presente. Del otro lado del árbol se asoma una pequeña naricita, que parece percibir mi presencia y que anuncia la aparición de un hocico y no de una cara. Es sin duda un perro, o un animal muy similar a un perro el que hace un esfuerzo por olerme y no caer al agua, delatando su posición más por el sonido que por su volumen de animal al descubierto del árbol. Unas ganas irrefrenables de acariciarlo me impelen a salir de mi lugar e invadir el agua o al manto de colores. Reflexión rápida… mojarse los pies no es buena idea porque tengo que caminar mucho todavía para volver a casa así que regreso al manto de colores con todo lo que a mi cuerpo (o mi mente, ya no estoy seguro) le representa eso. Pero la curiosidad es más fuerte que la comodidad (por lo menos en este mundo fantástico) y retorno en el otro hemisferio del eje trazado por el árbol en ese resquicio de cordura.

Cuando miro al perro está sentado, de espaldas a mi, y ya no olfatea, tiene la mirada fija en el lago y no hace movimientos, incluso pareciera que no respira porque su lengua se mueve haciendo la ilusión de jadeo pero no emite sonido alguno. Mi presencia no parece molestarle y cuando lo acaricio con cuidado en la cabeza tampoco hace movimiento alguno y me doy cuenta de que no es un perro como los que conozco, porque el movimiento de su cola no se modifica con ningún acto mio, ni con palabras ni con caricias. Entonces pienso en que no he intentado rascar su mentón, lo que le encanta al perro que tengo en casa, así que me siento a un lado del perro, con las piernas flexionadas para no mojarlas y al voltear la mirada para ver la fisionomía de la cabeza del perro, me encuentro con que no tiene ojos. No tiene ni el más mínimo rastro de excavación de su fosa ocular. Me turba esa vista, pero sólo un instante y pienso en como hacer reaccionar a un perro que no ve y que al parecer tampoco siente ni escucha… "Tendrá que ser por el olfato"- pienso. Pero mis intentos por poner cerca de su nariz algo que huela de modo distinto al ambiente (como mis propios calcetines) no obtienen respuesta del animal. Así que empiezo a gritar… a injuriar al pobre perro e incluso lo pateo pero nada pasa, no emite sonido ni acción alguna.

Al poco rato me aburro y me siento a su lado de nuevo y empiezo a contarle mi vida, ya que no siento riesgo de que me pueda juzgar o difamar este ejemplar tan curioso. Cuando llego a mi estado actual me parece jocoso hacerle preguntas de cómo debería dirigir mi vida y el perro comienza a ladrar. Continúo ¿Qué árbol debo plantar en mi jardín, un durazno o una manzana? Y el perro ladra con más fuerza. ¿Qué viaje debo realizar primero, Praga o Machu Pichu?... pero la respuesta es el mismo ladrido, sin ninguna variación audible en su tono o su duración lo cual me parece frustrante y me desanima un poco entonces comienzo a lanzar preguntas sin sentido con lo que obtengo la misma respuesta. Cruza por mi mente una idea estúpida, la de preguntarle ¿Qué haces tu aquí perrito? Con lo que el animal empieza a aullar con un tono muy melodioso. Se detiene unos segundos después y vuelve a su estupor original. ¿Qué eres tu amigo?- pregunto, pero obtengo el mismo aullido. La furtiva idea de que a ese perro sin ojos le gusta gastarme bromas me hace sonrojar de vergüenza y de ira pero si lo pienso detenidamente… no tiene sentido. Sin ánimos de seguir adelante, recuerdo el letrero que vi en el lago y pienso que había avanzado en esta aventura cuando empecé a hacer cuestionamientos, cunado empecé a preguntar, asi que formulo una última pregunta: ¿A qué huele el amor?
A lo que el perro responde levantándose y caminando unos pasos por la vereda del lago, con un equilibrio incomprensible para un animal sin ojos, lo sigo de cerca, y empieza a escarbar con sus patas muy rápidamente dejando al descubierto una tableta que está escrita en varios idiomas y que en su sentencia en español dice “A dulce, sin nombre, que apodan libertad” y que en inglés dice “Like the agonic pain of mind surrender”. Leí la inscripción en francés que decía “Comme le inxetinguible valeur des deux amoureux” la cual no entendí del todo… para ser sincero ninguna de las demás inscripciones las entendí muy bien, pero me daban la idea de una hermosa composición explicando los matices del amor, donde cada cambio de idioma era exquisito por la brusquedad con la que el cariz de la idea global daba un vuelco. Entonces una tormenta de conceptos y de pensamientos nuevos golpearon mi holgazán cerebro haciéndome reflexionar acerca de que el amor no habla un solo idioma, porque no sabe expresarse en uno sólo. Para entenderlo debes hablar todos los idiomas que él habla, porque le es indistinto usar el lenguaje que le plazca para expresarse, y a una bestia tan sutil, tan magnífica y tan cruel como el amor no se le puede domar y es uno él que tiene que adecuarse a sus versátiles formas de expresión.  Y que para descubrir la naturaleza del amor y por tanto amar a alguien lo primero que necesitas es plantear la pregunta correcta.

Con ese pensamiento desperté, atontado… lleno de piquetes de un mosquito a la sombra de un árbol del parque local, rodeado del murmullo de niños jugando futbol, de una fuente con su agua verdosa y de parejas hablando de sinsentidos. Durante todo ese día esa bendita frase retumbó en mi cabeza: “Para amar a alguien primero debes hacer la pregunta correcta”… 

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