domingo, 8 de abril de 2012

El Río sin esperanzas.

Los saluda el Zorro en una nueva semana de Cazadores de Ideas. en esta ocasión les traigo una nueva entrega de las prosas que he venido trabajando últimamente. Espero la disfruten.

El ejército del Sol se aleja. A su paso deja luz y la sensación de que Dios extiende un bálsamo sanador sobre los cansados rostros y la lacerada piel de la gente que se liberó del yugo de la derrota. Muchos soldados regresan a sus casas, a contar sus hazañas, a adornar la realidad diciendo a sus hijos que ellos vencieron a los monstruos más infames, que su brazo disparó la flecha que venció al tirano.
No hay pena en la marcha cuando el honor está intacto. Pero no existe gloría ni honor que acalle el dolor de un crió que tiene hambre cuando su familia no tiene nada que brindarle.

Los soldados entre risas andaban por un sendero gris, cubierto de una fina capa de polvo gris. Un río débil discurría tímido, casi avergonzado a orillas de su camino. No había nada de especial en el, salvo por un olor horrible, un olor que apagó a un tiempo todas las voces cantantes. El aroma entraba ligero y desgarraba su carne, hacía temblar los huesos y helaba la sangre pero no tenía explicación alguna pues el agua carecía de color y la búsqueda de cadáveres en su rivera no dio frutos. 
Cada paso era desesperación pura pero el desandar el camino era una afrenta para la filosofía del Ejército del Sol así que sólo siguieron con esa tortura. A lo lejos divisaron una aldea pequeña, apenas unas 5 chozas y el nacimiento de aquel hediondo río. Puestos en fila formando una media luna, con las cabezas desnudas y bien juntas, se encontraban varios niños, algunas mujeres un par de hombres y unos pocos bebes llorando. Con el cuerpo devorado por el hambre y el alma con las profundas llagas que deja una vida cuyo único objetivo es no morir. Era inútil intentar ayudarlos, no respondían y sólo lloraban, no hacía ruido ni movían los ojos, sólo vertía sus lágrimas. 

Esa tarde, los soldados del Ejército del Sol guardaron sus banderas, se miraron en silencio y sólo elevaron una plegaría al cielo... una plegaría inútil. Continuaron su camino dejando atrás la cuenca del Río "Desesperanza" como lo bautizaron después, pero uno de ellos, el más humano se detuvo a un lado del camino y lloró toda esa noche. Al día siguiente todos partieron rumbo a la Ciudad del Sol pero nadie de dio cuenta de que en aquel lugar donde los cuerpos apilados originaban el diminuto caudal del río...una cabeza se sumó a la tarea de darle cuerpo al cauce del Río sin Esperanzas. 


Auf Wiedersehen

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